jueves, 21 de noviembre de 2013

La Burbuja

¿Qué es una burbuja?

Una burbuja es aquel elemento que sin racionalidad aparente comienza a tomar un comportamiento ascendente sin que el resto de factores asociados al mismo tengan el mismo comportamiento.

Un valiente, uno de los que va a pecho descubierto por la vida y piensa: "no necesito a nada ni a nadie más". Tienen la vida corta. No asumen que todo se vale de todo. Porque el mundo, más anciano y sabio, se adapta, y es más fácil que, frente a un cambio, un conjunto se organice de forma más rápida que un individuo. Una manada de vete tú a saber qué, tiene más facilidad para adaptarse a cambios en el entorno que un individuo en solitario. El orgullo, la vanidad, el éxtasis del triunfo pueden negar la realidad a la burbuja pero la realidad, paciente, esperará para tenerla en su punto más alto, álgido, donde se sienta intocable, para demostrarle su completa vulnerabilidad. Frágil. Subida a lo más alto del cielo y sin manos a las que agarrarse mientras cae.

¿Cuál es el problema? Que todos aquellos que alentaban y que pensaban en su aura de invencibilidad se ven afectados y su inversión, vía monetaria o vía de fe, provoca una recesión de dinero o de sentimientos. Como la pareja a la que quieres: das tu confianza, la dejas ser el centro de tu vida y, sin darte cuenta, comienzas a valorarla a la vez que, inconscientemente, dejas de valorar tu trabajo, tus amigos, tu familia y hasta esas canciones que hacían pasártelo bien. La burbuja es una droga. Un droga cara que, no curada a tiempo, puede llegar a consumirte.

Hoy la economía padece la burbuja inmobiliaria que fue inflada por todos: bancos, instituciones públicas, sociedad, etc. Pero lo que más me preocupa es la burbuja humana pues, aún no nos hemos dado cuenta, que todavía ansiamos volver a esa época donde todo estaba arficialmente a nuestro alcance. Donde lo importante estaba en la materialidad y no en los sentimientos.

Una burbuja que aún está viva, latente, que comenzó cuando probamos la miel del "todo irá bien" y, a pecho descubierto, se lanzó solitaria sin darse cuenta que los pequeños detalles, a la larga, pueden tumbar cualquier BMV, chalet o vacaciones en Nueva York.

lunes, 18 de noviembre de 2013

11 Metros

Bum. El estadio entero rugió como no lo había hecho en toda la noche. Un escalofrío recorrió todo su interior hasta parecer que su alma salía de su cuerpo. Su compañero lo había logrado, había detenido el penalti. Dos segundos después un golpe en la espalda y un pequeño apretón sobre su hombro le devolvía a la realidad: le tocaba. No era un turno cualquiera. Era EL TURNO.

Unos 50 metros le separaban de la zona donde en unos dos, quizás tres minutos, su vida cambiaría. Tomo aire, cruzó la mirada con un par de compañeros a los que ni siquiera llegó a escuchar, le valió leer sus labios para saber que le animaban.

Comenzó a andar hacia el punto de penalti y empezó a pensar en su familia. ¿Qué estarían pensando? Sabía que su madre no iba a querer verlo, de hecho era probable que ya no estuviese viendo ni el partido pues no aguantaba los nervios. Su padre estaría observándole, con el miedo de saber que su hijo se enfrentaba a un momento crucial pero con el orgullo de saber que había llegado hasta un punto donde tenía la posibilidad de cambiar el mundo. Su hermana confiaría en él. Se agarraría a su cuñado y pensaría para sí misma: "lo va a meter. Él nunca falla."

Echó un vistazo a la grada y vio a toda una afición gritando su nombre. Dios, podía hacer feliz a mucha gente. Recordó cuando jugaba con sus amigos en las calles de su barrio. Cómo se bajaba el balón para echar unos partidos y cómo corría como un poseso para tocar el larguero y evitar ponerse de portero. Una portería que odiaba y que ahora le esperaba a no más de 40 metros.

Su mente volvió al campo. "No puedo fallar". Se lo repitió varias veces pero recordó que había leído en un libro que todo lo que uno piensa lo atrae. Fallar no era el verbo. "Voy a acertar, lo voy a meter". Durante ese cambio de actitud se cruzó con el rival que venía de enfrentarse al mismo reto. No quería mirarle pero, inevitablemente, cruzó sus ojos y pudo descubrir como el miedo, la responsabilidad, el error o la pena se combinaban en su mirada. No quería tener que pasar por eso.

Se encontraba ya al lado de la portería. Venía lo complicado. ¿Dónde tirar? Él no era un especialista. De hecho no estaba entre los 5 primeros elegidos pero los aciertos y errores de sus compañeros y rivales le habían llevado a esa situación. Normalmente los tiraba a la derecha y abajo. Así lo hizo en el entrenamiento previo al partido y había acertado todos. Sin embargo, había analizado al portero rival y en los dos lanzamientos anteriores se había lanzado a ese sitio. Daba igual, si el lanzamiento era bueno era imposible que lo alcanzara.

Agarró el balón. Miró al portero. El portero lo miró. ¿Sabría lo que estaba pensando? No estaba seguro. El miedo llegó a él. Su pulso se aceleró y los nervios le atenazaban. Recordó un consejo de un ex-compañero: "Si tienes miedo, dispara fuerte y al centro." Podría funcionar. El portero se había tirado en todos los lanzamientos anteriores pero ¿Y si se quedaba parado esta vez? ¿Y si había notado el miedo en su mirada y se imaginaba que haría eso? ¿Y si al pegar fuerte el balón se iba demasiado arriba? No. Dispararía abajo a la derecha. Era la primera opción y no iba a cambiarla.

Colocó el balón en el punto de penalti. Revisó el césped que lo rodeaba. Le vino la mirada de Terry resbalándose en la Final de la Champions y fallando. Todo parecía en orden. "Vamos, vamos" se repitió así mismo.

Tres pasos hacía atrás. Le temblaban las piernas. La respiración era incontrolada. Ni siquiera escuchaba al público. Iría abajo a la derecha. "Voy a acertar". Su padre le estaría mirando. Sus amigos podrían celebrarlo.

El silbido sonó. Dio un paso y miró al portero, luego al balón, luego al portero... pudo comprobar que se vencía a su derecha. ¡Mierda! Lanzaría a la izquierda y arriba. Golpeó. El balón se aceleró. Levantó la mirada. El balón iba justo a la escuadra, se levantó. "Entra", "Mierda, da en el poste". El balón se alejó de su pierna y recorrió 11 metros para dirigirse a un destino que le cambiaría la vida...

¿Qué sucedió? Poco importa.

Si terminó en acierto acabó siendo un héroe. Todo su pasado tendría sentido. Desde el libro que cayó en sus manos con 15 años a ese compañero que le dijo un día que él sería decisivo. Estaba destinado a ello.

Si terminó en fallo la decepción se apoderó de todo su entorno. Saldrán aquellos que clamaban a los cuatro vientos "te lo dije". Criticarían a él por lanzarlo a ese lado, a su entrenador por haberle asignado esa responsabilidad. Saldrán los "especialistas en..." a hablar de cómo debía haberlo lanzado, posición del cuerpo, cómo superar la ansiedad en esos momentos, los que hablen de liderazgo, los que saquen las estadísticas de todo tipo.

¿La realidad? Desde el momento en que su compañero detuvo el penalti una infinidad de variables se pusieron a interactuar unas entre otras dando lugar a un número infinito de impactos con una única verdad: Él era la persona que podía acertar o fallar y había un 50% probabilidades de que acertara o fallara.

Simple. Sencillo. Con un problema. Un razonamiento demasiado pobre para una sociedad que ansía justificaciones, hechos, causas... sumisa a girar indefinidamente en un circulo buscando explicaciones  e incapaz de detenerse en su centro para sentir y disfrutar de la incertidumbre.


lunes, 4 de noviembre de 2013

Bad Day

Hoy es uno de esos días en los que las palabras salen fáciles. Todo el día tragando y tragando provoca que tengas que expulsarlo, así, del tirón.

Tras ver que el gimnasio se queda cojo, incluso añadiendo baño turco, no queda más remedio que recurrir al teclado y juntar teclas.

Y es que hoy es uno de esos días en los que, si tuviera el botón rojo para destruir a la sociedad, me habría puesto un buen vodka solo, me habría encendido un puro y tras dos caladas bien intensas y con el humo en mis pulmones lo habría apretado.

¿Dónde vamos? No tengo ni puta idea. Y ese es mi problema. Que el reconocer que uno no tiene ni puta idea hace que no seas  atractivo para la sociedad. Ser sensato no vende. Ser responsable no vende. Ser cauto no vende.

Vende la palabrería sencilla. Las palabras técnicas que dotan de un aura de conocimiento al que las utiliza y que esconden su ignorancia. Vende la falsa moralidad del lunes. La dignidad de aquel que es amante de los pecados capitales. La sobriedad del traje frente al desprecio a la camiseta.

Y mientras transcurren los días, y uno aprende a navegar en la mierda, seguimos con las orejas bien abiertas, los ojos bien centrados, atendiendo a aquellos que hablan y hablan y que, cuando uno se para a pensarlo bien, te das cuenta que sólo ganan dinero por hablar. Es más jodido aún. Ganan dinero única y exclusivamente por hablarnos.

De este modo tendremos a los que nos hablan del fin del mundo, de los que hablan de fichajes que jamás llegarán a producirse, de los que nos dan soluciones que todo el mundo sabe que no pueden aplicarse pero, mientras tanto, cobran. Recuerda que tú sigues en la mierda.

Cierto es que los vendedores del humo dominan el mundo y se hacen de oro. También es cierto que nosotros les hacemos ricos.

Somos una sociedad perdida. Perdiendo el tiempo consultando a qué hora se acuesta ese que no nos hace ni caso. ¿De verdad lo ves necesario? Perdiendo el tiempo intentando agradar a una sociedad que te hundirá en la mierda cuando sea necesario.

La única conclusión que saco en claro es que sólo despreciando a la sociedad puedes llegar a ocupar los escalones más altos de esta montaña que entre todos hemos montado.

Eso y que esta mierda de texto no servirá para nada pero al menos ya me he desahogado.

P.D: Deja de espiar y como sí que pone mi wassap por si no te has fijado... SÉ FELIZ.

P.D a la P.D: Si me preguntas por quién cojones va lo de espiar es que eres de su misma naturaleza y no has entendido nada de lo que he escrito.