martes, 28 de enero de 2014

Dame un silbidito

Cómo puedes pedir que el mundo avance si no te mueves.

Cubierto por la oscuridad, la noche proporciona más calor que la que los rayos solares pueden darte pues somos muchos los que, incluso en verano, queremos dormir arropados. Tener esa sensación que no estamos desnudos y expuestos ante el mundo. Que siempre quedará algo que nos abrace en una noche de soledad.

Deberías preguntarte si vives realmente la vida que quieres vivir o la que te dejan. Si realmente bebes la ginebra que quieres o te conformas con la que tienen en el bar. El conformismo es la línea que une el yin y el yan. Aquel que entre locura y cordura se mantiene impasible. El cielo estrellado que siempre tenemos encima pero que decidimos darle un sentido, una historia, uniendo mediante líneas imaginarias puntos inertes del universo para proporcionarles forma y un fondo de héroe o villano, gloria o fracaso.

El conformismo es alimentado por el miedo. Aquello que odiabas lo amas, aquello que no era bonito ahora parece serlo, aquello que nunca harías ahora no está tan mal. Lo que considerabas un albergue ahora es la mansión de tu vida y allí de donde tus oraciones rogaban salir noche tras noche han pasado a pedir que nadie te mueva.

Mientras, el mundo gira y aquello que a tus ojos parecía feo ahora da gusto mirarlo, aquello cuyo hedor te repugnaba ahora te parece la fragancia perfecta, aquello que te sabía amargo se convirtió en dulce, aquello que era áspero paso a ser suave y aquella canción que odiabas se convirtió en el himno de tu vida. Pero nada cambió. Los actores son lo mismo pero la comedia ya no te hace tanta risa.

Los sentidos no sienten, sólo proporcionan información y te dicen como Ana Pastor: estos son los datos y suyas las conclusiones.

Entra en juego tu percepción. Algo de lo que jamás oíste hablar pero que es la responsable de que ya no seas quien eras. Una percepción que, aún latente, está tan famélica que requiere de un esfuerzo de constancia y sacrificio que ya no estás dispuesto a soportar.

Recuperar la percepción requiere subir por escaleras pero tu autoconvencimiento te dice que para qué demonios entonces se inventó el ascensor. Que llegarás más rápido al mismo sitio, que no merece la pena, si bien la realidad es que ganarás 30 segundos que únicamente te permitirán pensar en algo que alimente tu conformismo mientras que el camino de escalón a escalón, tortuoso, pesado y poco agradecido, te hace pensar por qué merece la pena subir uno más.

Un futuro poderoso que siempre socavará el pasado.

Al menos siempre te quedará esa canción que te recordará quién fuiste una vez y que tu percepción atada a sus cadenas tatarea noche tras noche esperando que despierte en ti esa piel de gallina que tus sentidos, obediente al nuevo régimen, son incapaces de controlar.

Una percepción que sólo te pide una cosa para poder sobrevivir:

Dame un silbidito...